Cuando el perdón parece imposible


El perdón es uno de los gestos más liberadores en cualquier relación, incluida la relación con uno mismo, pero la mayoría de veces resulta más fácil de decir que de hacer. A menudo no nos queda más remedio que intentar olvidar lo que un día nos hizo daño, enterrándolo en lo más profundo de nuestra conciencia. Desgraciadamente, cuando menos lo esperamos asoma la cabeza y nos hace sentir de nuevo ese dolor que queríamos evitar para siempre.

Cada vez que alguien nos vuelve a hacer daño se abren las viejas heridas que creíamos cicatrizadas y volvemos a poner todos nuestros esfuerzos en tratar de encontrar la manera de perdonar nuevamente. Pero el perdón no es el olvido ni el aislamiento de un recuerdo en el rincón más escondido de nuestra alma, sino la comprensión profunda y el reconocimiento que quien nos hirió cometió un error desde su imperfección humana.

Personalmente, creo que la única "herramienta" que nos puede permitir perdonar verdaderamente es la compasión, por mucho que de entrada podamos pensar que el otro ha actuado con toda su mala intención. No hace mucho leí unas palabras que me hicieron reflexionar mucho y que recogen precisamente la clave del perdón: nadie causa dolor a menos que él mismo esté sufriendo. Si te paras a pensar, y quizás te resultará más fácil si piensas en alguna vez que hayas sido tú quien ha hecho daño a alguien, ¡estas palabras son del todo ciertas!

Una persona celosa que "persigue" constantemente a su pareja y no la deja vivir, en el fondo siente un dolor insoportable por miedo a perderla; una madre que grita a menudo a sus hijos suele descargar en ellos su rabia por diferentes motivos que causan su propia infelicidad; un niño que se pelea constantemente con su hermano, en el fondo sufre porque inconscientemente está celoso y tiene miedo de que los padres lo quieran más que a él; e incluso en los casos extremos de personas que cometen daños graves hay detrás una historia de dolor y sufrimiento por un motivo u otro.

Sé que quizás de entrada esto puede costar de asimilar, pero la mejor manera de hacerlo es cogerte a ti mismo / a de ejemplo. Cuando yo me separé era plenamente consciente del daño que estaba haciendo a mi marido. Antes de tomar la decisión pasé muchos meses luchando conmigo misma, intentando encontrar una solución que me evitase hacerle pasar aquel mal trago. Incluso traté de cambiar mis propios sentimientos, lo que obviamente fue completamente imposible. No hace falta que te diga lo que llegué a sufrir y las lágrimas que vertí antes de tomar la decisión, pero llegó un momento en que sólo me quedó una opción: o él o yo. Y desgraciadamente, una vez separados, la culpa me persiguió durante mucho tiempo, ya que los motivos de mi decisión no tenían nada que ver con él sino conmigo misma. Con los años he ido comprendiendo que necesitaba dar este paso para mi propio crecimiento, y por suerte ambos hemos sido capaces de llegar a mantener una relación de profunda amistad, pero creo que hasta que comprendí que el daño que le hice provenía de mi propio dolor no conseguí perdonarme completamente.

Somos humanos, y por tanto imperfectos. A veces hacemos daño sin querer y otros quizás nos puede más la rabia y podemos llegar a hacerlo intencionadamente, pero detrás de todo ello siempre hay algo que nos está haciendo sufrir a nosotros. Es evidente que también hay personas que se sienten heridas por cualquier cosa y creen que los demás les hacen daño constantemente, incluso por cosas absolutamente irracionales, pero en estos casos ya estamos hablando de gente con problemas importantes que se sienten víctimas de todo y de todos.

Muchas veces no podemos conocer qué es lo que ha movido al otro a actuar de la manera que lo ha hecho y nos cuesta comprender qué tipo de dolor escondido le ha provocado su reacción. No obstante, y por mucho que quizás ni siquiera volvemos a ver esa persona en la vida, podemos estar seguros de que había algo que la hizo actuar así: insatisfacción con su propia vida, problemas personales, envidia, celos o incluso el hecho de que viera reflejados en nosotros algunos de sus propios rasgos personales que rechazaba o incluso ni siquiera conocía.

Si necesitas perdonar a alguien y no lo consigues ni tras haber leído todo esto quizá puedes probar a hacer un pequeño ejercicio:

Cierra los ojos y concéntrate un rato en tu respiración hasta que consigas relajarte. Imagínate a la persona a quien no puedes perdonar delante tuyo, pero no tal y como la conoces sino cuando era pequeña, con menos de seis años (no es necesario que sepas cómo era, sólo imagínatela como tú creas). Intenta mirarla a los ojos y dile todo lo que te ha hecho, el dolor que has sentido por su culpa. Cuando acabes, pregúntale qué es lo que la movió a actuar de aquella forma y escucha su respuesta. Si sientes que te resulta más fácil perdonarla ahora, dile "Te perdono". Al terminar puedes dejarla marchar sin más o bien imaginar que se hace muy pequeñita y la guardas en tu corazón.

A veces, sólo al inicio del ejercicio y encontrarte frente a una criatura pequeña ya resulta casi imposible abocarle la rabia que sientes por el mal que te causó. Una vez empecé a llorar justo al principio, sólo de verla allí delante, y no me hizo falta seguir porque fui incapaz de mantener ese resentimiento ante alguien tan inocente e indefenso.

Sea como sea, los más beneficiados en el acto del perdón siempre somos nosotros mismos. El resentimiento es un veneno que nos contamina poco a poco y nos impide vivir con libertad, y más aún si somos nosotros a los que no podemos perdonar.
 
Curiosamente cuando somos pequeños se nos enseña a pedir perdón, pero en cambio no se nos suele enseñar a perdonar. ¿No sería lógico que al igual que a un niño se le dice "pide perdón" porque ha hecho daño a otro también se le dijera a este último "ahora tú dile que le perdonas"?

Es evidente que éste no deja de ser un gesto de cortesía que aprendemos de forma automática al igual que decir gracias y que sólo con los años comprendemos verdaderamente qué significa, pero ya que nos enseñan a hacerlo quizá no estaría de más que nos mostraran sus dos caras.

Creo que enseñar sólo a pedir perdón hace que se cree una situación de desequilibrio entre los implicados, ya que aquel que lo pide se coloca en cierta posición de humillación e inferioridad frente al otro al reconocer abiertamente su culpa (y quién sabe si esta costumbre no ha contribuido a potenciar aún más nuestro sentimiento de culpabilidad, ya bastante reforzado por la influencia más o menos sutil de la religión). Pero si a cambio recibe el perdón del otro, automáticamente sus posiciones quedan igualadas y ambos aprenden a ser más tolerantes con sus propios errores y los de los demás.

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