Hace un tiempo mi sobrina le preguntó a su
padre: “Papá, ¿por qué tú y mamá no vivís juntos?” Esto me hizo reflexionar
acerca de la separación vista desde la perspectiva de los hijos. Muchos padres
separados (entre los cuales me incluyo) solemos sentir cierta “tranquilidad” porque
en su momento creímos que nuestros hijos comprendieron nuestras explicaciones y
aceptaron bastante bien eso de que sus padres ya no vivieran juntos. Si
entonces eran muy pequeños, quizás creímos eso de “no se enteran” y que así se
adaptarían aún mejor a la nueva situación. Después de unos años, sin embargo,
la pregunta de esta niña me ha hecho comprender que las cosas seguramente no
son tan sencillas para ellos como queremos creer.
Hoy no hablaré de los casos en que los motivos de la
separación son lo suficientemente graves como para que ésta sea verdaderamente
la única salida, como por ejemplo en los de maltrato, sino de aquellos en los
cuales los miembros de la pareja simplemente “no se entienden”, creen que el
otro “no les hace felices” o bien deciden que prefieren vivir solos o en
compañía de otra persona, y en los
cuales su relación se mantiene dentro de la cordialidad e incluso del “buen
rollo” una vez separados.
Por mucho que los hijos comprendan las cosas y parezcan
adaptarse enseguida (como fue mi caso), por fuerza sienten que algo se rompe en
su interior. Las dos personas a las que más quieren ya no están siempre a su
lado, a pesar de que se mantenga un amplio régimen de visitas. Aunque el padre
y la madre intenten compensar las carencias y asumir las cosas que antes hacía
el otro, por mucho que se quiera las cosas “no son lo mismo”. Sin duda, si
preguntamos a cualquier niño o niña de padres separados (en los casos
mencionados arriba) si le gustaría que volvieran a vivir todos juntos no se lo
pensaría dos veces.
Mi sobrina ni siquiera recuerda los tiempos en que sus
padres y ella vivían en el mismo hogar, pero al ir a jugar a casa de compañeros
de colegio ha visto que muchos de ellos viven con su padre y su madre y
seguramente eso le ha dado qué pensar. Por otra parte, la relación de sus
padres es muy buena e incluso a veces organizan salidas los tres juntos, de
modo que no es de extrañar que la niña se haga esta pregunta. Alguien podría
decir: “Es que eso de salir juntos la perjudica y no deberían hacerlo”. Pero
por otro lado también podríamos decir que es bueno que vea que sus padres
tienen una buena relación y ella disfruta mucho de esos momentos… En fin, que
se haga lo que se haga no parece haber ninguna receta mágica. Lo queramos o no,
de una forma o de otra, los hijos sufren en mayor o menor medida, incluso
aunque no lo demuestren. Y eso sin hablar de tener dos casas, dos habitaciones,
su ropa y sus cosas repartidas en dos lugares o duplicadas, etc., etc. o de los
distintos tipos de custodia, según los cuales pueden llevar un ritmo durante la
semana y otro distinto el fin de semana o bien cambiarlo semana sí semana no…
Ahora no creas que estoy defendiendo la familia tradicional
y que deberíamos mantener relaciones que no funcionan sólo por los hijos
(decisión que, por otra parte, me parece muy respetable). En los tiempos
actuales existen muchos otros modelos válidos y yo siempre he pensado que lo
que verdaderamente importa es que los hijos se sientan queridos, tanto si los
padres viven juntos o separados, como si son adoptados, con padres
homosexuales, etc. Sólo pretendo que por un momento nos pongamos en el lugar de
una criatura que de pronto ve que su centro de seguridad se escinde y que todo
cambia de un día para otro.
Si las cosas siguen el ritmo que llevan actualmente, llegará
un momento en que la estructura familiar “mayoritaria” ya no existirá y todos
los modelos tendrán el mismo peso en la sociedad, cosa que hará que todos ellos
se “normalicen”. Aún así, no puedo dejar de pensar que los niños y niñas que
quieren a sus padres siempre preferirán que vivan juntos…
Supongo que si nuestra estructura social fuera como la de
otras especies animales o como la de algunos modelos humanos muy concretos, en
los cuales es normal tener hijos con distintas parejas sin más, la situación
sería muy distinta y tampoco existirían los lazos emocionales tan fuertes que
se establecen ahora. Por otra parte, sin embargo, quizás si aprendiéramos a
amar y a amarnos de verdad (incondicionalmente) seguramente tampoco
iniciaríamos relaciones de las cuales nos acabamos cansando al cabo del tiempo
ni haríamos responsable a nuestra pareja de no hacernos felices… Si dejásemos
de buscar a nuestra media naranja y tomásemos consciencia de que todos somos
“naranjas enteras” ya no esperaríamos que el otro o la otra llenase nuestra
vida… Entonces sería posible imaginar también un futuro en el que las parejas
mantuvieran la armonía para siempre y, al margen de los pequeños desacuerdos,
no hubiera motivos serios para plantearse una separación… Pero de eso ya
hablaremos en otra ocasión. De momento simplemente tomemos consciencia de que
por bien que vayan las cosas en una separación no debemos dar por descontado
que los hijos la aceptan sin más y siguen con su vida “como si nada”.
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