¿Educar o adiestrar?


Como madre, muchas veces me he preguntado qué significa verdaderamente “educar” a los hijos. Según el diccionario, este concepto engloba distintos significados, que incluyen “desarrollar en una persona las facultades morales e intelectuales, adoctrinar, dirigir, encaminar, enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía, socializar”. Según esto, una educación completa debería abarcar todos estos aspectos, aunque yo añadiría, cómo no, todo lo que hace referencia a la educación emocional. Sin embargo, cada vez más, parece que la tarea de educar haya ido perdiendo muchas de estas acepciones, y para muchos padres y madres, la educación de sus hijos ha ido quedando reducida al desarrollo de sus capacidades intelectuales y, lamentablemente, al intento de modelar su carácter y su personalidad a su propia conveniencia. 

Quizás suene exagerado decir que se espera de los niños y niñas que funcionen como máquinas, pero al fin y al cabo, a veces es como si en lugar de formar personas se estén programando robots: que se “pongan en marcha” a una hora determinada, que cada día tarden exactamente lo mismo en vestirse, desayunar, ducharse, recoger, etc., que mantengan sus cosas ordenadas, que siempre estén de buen humor, que hagan sin quejarse todo lo que se les pide, que cuando los padres tienen un rato para prestarles atención estén contentos y tengan ganas de participar en cualquier cosa que se les proponga… ¡Ah! Y que dejen que todas las personas conocidas con las que se encuentran por la calle les estrujen las mejillas y les den besos, tanto si les gusta como si no…

Así, la espontaneidad, la naturalidad, la expresividad, la autenticidad, y muchas otras “-dades” que precisamente constituyen la esencia de la infancia sólo se permiten y se toleran cuando no suponen un inconveniente, ya sea porque padres y madres “ahora no” tienen tiempo o bien porque “aquí no” queda bien. Pero ¿no es “aquí y ahora” donde se supone que vivimos? O al menos, ¿no es “aquí y ahora” donde deberíamos aprender a vivir? Creo que muchas veces nos tomamos demasiado en serio el papel de “instructores” y olvidamos que tenemos mucho que aprender de aquellos a quien, en teoría, nosotros estamos enseñando…

“Ven”, “Come”, “Calla”, “Siéntate”, “Estate quieto/a y no te muevas”, “Saluda”, “Dame la mano”, “Corre”, “A dormir”, “Ves a jugar”, “No molestes”... Todas estas expresiones, no te parecen las mismas que se utilizan con los animales de compañía? Sí, ya sé que no siempre se dicen las cosas de esta forma, y que según el estado de ánimo, el tiempo y la paciencia del momento, el tono de voz varía o se acompañan de palabras como “por favor”, “amor mío” o “cariño”, etc. De todos modos, independientemente de cómo lo digamos, en el fondo se trata de una costumbre que radica en la creencia de que los niños y niñas deben obedecer a los adultos, por el solo hecho de que éstos son mayores. Las generaciones pasadas ni siquiera se planteaban la obediencia a los padres, pues se sobreentendía que las cosas eran así, pero en el fondo, muchos abuelos de ahora obedecían a sus padres solamente por miedo… y ahora no queremos que las cosas funcionen de ese modo, ¿verdad? Realmente, en la mayoría de ocasiones, encontrar la forma de ejercer disciplina sin recorrer al miedo o las amenazas es muy difícil, pero yo creo que las relaciones de confianza que se establecen en muchas familias de hoy en día valen más la pena que las relaciones de antes basadas en un falso respeto nacido del miedo a las consecuencias.

Está claro que si no se les dice que hagan ciertas cosas, los niños y niñas no las harían nunca, y se les tiene que enseñar que las tienen que hacer, pero ¿no nos lo estamos tomando demasiado en serio? Que un niño de seis años no piense en hacerse la cama, ¿no es normal? Que una niña de ocho no se preocupe de poner la mesa ¿qué tiene de raro? ¿Qué quizás a nosotros, a su edad, nos hacía ilusión hacerlo? No digo que no lo tengan que hacer, pues poco a poco deben ir participando de las tareas de la casa, pero quizás deberíamos comprender que ciertas cosas vendrán solas con la edad.

Conozco persona que, de pequeñas, eran muy desordenadas. Sus padres estaban desesperados, porque no había manera de inculcarles el orden. En cambio, de mayores, una vez independizadas, mantienen sus casas dentro de un orden muy aceptable… y de todos modos, si no fuera así, ¿qué problema habría? Del mismo modo, otras que parecían indomables y se pasaban el tiempo haciendo travesuras, de mayores son totalmente serias y responsables. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que sí, que está muy bien querer iniciar a los más pequeños en toda una serie de responsabilidades, pero siempre teniendo en cuenta que lo hacemos para que vayan aprendiendo poco a poco, y no para satisfacer nuestras necesidades. Así, cuando las cosas no se hagan a la primera, cuando no las hagan bien del todo, cuando no tengan ganas, etc. podremos tener un poco más de paciencia. Y además, quizás cada vez que esperemos que nos “obedezcan” por el simple hecho de ser “pequeños” seremos capaces de pararnos a pensar un momento y buscar otras maneras de dirigirnos a ellos.

Una persona no cambia si no lo decide ella misma. Muchos padres y madres temen que si no consiguen “enderezar” a sus hijos cuando son pequeños o inculcarles ciertas cosas, de mayores serán personas fracasadas, con un mal carácter o con los mismos hábitos y costumbres que un niño pequeño. Quizás tendríamos que confiar más en la propia evolución, en la capacidad de cada uno de encontrarse a sí mismo y de ser como es. Puede ser que el problema radique en que no solemos aceptar a las personas tal y como son, empezando por nuestros propios hijos. Pensamos que tienen que cambiar, que tienen que mejorar… y en eso, personalmente, creo que nos equivocamos bastante. Si nosotros mismos somos incapaces de aceptarles, ¿cómo queremos que ellos se acepten? Si constantemente les decimos cómo deberían ser o cómo tendrían que hacer las cosas, ¿cómo esperamos que se conviertan en personas autónomas y con capacidad de pensar por sí solas?
Pienso que todos deberíamos relajarnos un poco, dejar que los niños y niñas vivan su infancia plenamente, que disfruten de las cosas sin tener que estar pendientes del tiempo, el orden o la limpieza, y que se equivoquen!... Y no estará de más que intentásemos pedirles las cosas de otro modo, aunque, sinceramente, no sé muy bien cómo… Cuando se les pide treinta y dos veces que hagan una cosa y no la hacen, cualquiera pierde la paciencia, y por mucho que al principio se les pida con todo el amor del mundo, al final se acaba dando un grito y resumiendo toda explicación a: “¡Porque yo lo digo!”

En lo referente a la educación como adquisición de conocimientos, cada vez más padres y madres se obsesionan con que sus hijos aprendan el máximo de cosas posible, y tras pasarse todo el día en la escuela, éstos deben asistir a clases de inglés o informática para prepararse aún mejor para el futuro… ¿Es que la felicidad depende tan sólo de los estudios? Si verdaderamente fuera así, en esta época, en la que la información y el conocimiento están al alcance de todo el mundo, y en la que gran parte de la población cuenta, como mínimo, con una carrera universitaria, ¡la mayoría de gente debería ser más feliz que en cualquier otro período histórico! Pero, ¿es realmente así? Todos sabemos que no. Padres y madres deseamos que nuestros hijos estén preparados para la vida, pero debemos tener muy presente que la mayoría de situaciones difíciles con que se pueden encontrar no van a resolverlas con ningún máster realizado en Estados Unidos.
Así pues, ¡dejemos de preocuparnos tanto! Una mujer de treinta años pondrá la mesa sin pensarlo, y un hombre de cuarenta se hará solo la cama… y si no la hace… ¿a quién le va a importar? ¿A su madre? (… y si tiene pareja, ya se encargarán entre los dos de encontrar una solución… ¡o quizás no les importe que esté sin hacer!). Dejemos que los niños sean niños, que disfruten de su infancia, que cada vez parece acortarse más, y seamos conscientes de que su carácter sólo cambiará si ellos lo desean, y que si no lo hace… ¡no pasa nada! La vida ya les irá trayendo las experiencias que más necesiten para aprender todo lo que necesiten… y sea como sea, si nosotros lo hemos hecho lo mejor que sabíamos, ya es suficiente.

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