Estoy en crisis


Siempre se ha hablado de la crisis de los cuarenta, pero de hecho, las crisis pueden atravesarse en muchos momentos de la vida y en más de una ocasión. 

La  mayoría de nosotros hemos pasado épocas en las que de pronto parece que nos encontremos ante una realidad que parece que ya no nos llena. Entonces miramos hacia atrás y hacemos balance de todo lo que hemos hecho, de todas las decisiones que hemos tomado y que nos han conducido donde estamos ahora… Y muchas veces nos preguntamos: “¿Esto era lo que yo tanto deseaba? ¿Cómo es posible que ahora que ya he conseguido lo que quería sienta este vacío?”

Y en ese punto empezamos a replantearnos si verdaderamente nuestras elecciones fueron las más acertadas, y no podemos evitar imaginar cómo nos hubieran ido las cosas si, en su momento, hubiésemos elegido otro camino. “¿Y si…?” se convierte en el inicio de muchas frases que acabamos con todas aquellas opciones que NO elegimos, y con la distancia nos da la sensación de que quizás hubiéramos sido más felices si hubiéramos hecho las cosas de otro modo.

Teniendo en cuenta que la mayoría de nosotros pasamos en un momento u otro por una crisis parecida, podríamos decir que hay mucha gente que llega al punto en que se da cuenta de que su vida no es lo que habría podido ser, e inevitablemente esto trae consigo una frustración que parece no tener salida. Y esto, además, hace que nos recriminemos el haber tomado unas decisiones y no otras, y que incluso a veces nos cojan ganas de cambiarlo todo de golpe.

Lo que quizás no sabemos o no recordamos en estas ocasiones es que existe una ley espiritual según la cual TODO lo que nos sucede y nos ha sucedido en la vida ES LA ÚNICA COSA QUE PODÍA HABER SUCEDIDO. ¡Absolutamente nada podía haber sido de otra manera! Todas las situaciones que hemos vivido, sin excepción, han sido perfectas y siguen siéndolo. Cada una de nuestras experiencias era la única cosa que podíamos vivir para aprender las lecciones que en ese preciso momento necesitábamos para nuestro crecimiento.

Así pues, de nada sirve plantearse cómo nos hubieran ido las cosas si hubiéramos aceptado aquel puesto de trabajo o si no nos hubiéramos casado con nuestra pareja… ¡Nunca nos equivocamos en nuestras elecciones, porque en ese momento necesitábamos vivir precisamente esa experiencia!

Que se hable tanto de la crisis de los cuarenta tiene una explicación clara. Tradicionalmente es una edad en la que una persona ha llegado a la mitad de la vida, un punto álgido desde el cual puede observar pasado y futuro, como si estuviera en la cima de una montaña. Sin embargo, creo que las creencias sociales y culturales (por cierto totalmente anticuadas) tienen mucho que ver con todo esto, y que lamentablemente han marcado una serie de expectativas que, al menos ahora, no tienen mucho de reales: se supone que a los cuarenta una persona ya tiene una pareja estable (¿?), los hijos ya no precisan tanta atención (¿?), los años de experiencia aportan estabilidad en el trabajo (¿?)… Es como si habiendo conseguido todo esto ya sólo quedase vivir tranquilamente el resto de la vida, manteniendo esta estabilidad para siempre. Evidentemente las cosas en la actualidad no tienen nada que ver con esta imagen, y ni todo el mundo se casa, ni todo el mundo tiene hijos, ni mucho menos, especialmente ahora, todo el mundo tiene un trabajo estable. Pero a pesar de que la sociedad ha cambiado mucho y que ya no existe un modelo de estructura familiar ni laboral, creo que la mayoría de gente que ahora ronda los cuarenta sí que en su juventud “planeó” su futuro bajo la influencia de esta imagen preestablecida de cómo tenían que ser las cosas.

Seguramente nuestros hijos ya no “sufrirán” la crisis de los cuarenta, porque ahora ya no crecen (la mayoría) con la “presión” de que deben casarse, tener hijos, etc. Sí que podrán atravesar otras crisis, pero éstas ya no estarán marcadas por la edad. Teniendo en cuenta que ya actualmente se ha retrasado mucho la edad en que se forma una familia, mucha gente tiene el primer hijo precisamente cerca de los cuarenta años, de modo que posiblemente esta crisis (si aparece) la experimentarán bastante más tarde, quizás a los cincuenta.

No obstante, como ya he dicho antes, e independientemente de los motivos que nos impulsaron a tomar nuestras decisiones, TODAS ellas fueron correctas. Pero eso no significa que, llegados a cierto momento en la vida, debamos mantener las cosas siempre iguales. Las crisis nos sirven no para mirar atrás y recriminarnos lo que hemos hecho sino para mirar hacia adelante y plantearnos qué es lo que queremos hacer a partir de ahora. Independientemente de cómo haya sido nuestra vida, nada determina que deba continuar igual para siempre. ¡A cada momento podemos cambiar las cosas y elegir qué vida queremos vivir!

Por eso, si crees que ahora mismo “estás en crisis” no dejes que ello te lleve al desánimo ni a la desesperación. Nunca te equivocaste en ninguna de tus decisiones, y el camino que te ha traído hasta aquí te ha aportado un conocimiento que de otro modo no tendrías. Tómatelo con calma. No te presiones  ni te exijas hallar soluciones rápidas. A veces, en momentos así, tenemos tantas ganas de cambiar las cosas que tomamos decisiones drásticas de las cuales después nos arrepentimos.

Piensa que desde que somos pequeños tenemos una visión de nuestro futuro y nos imaginamos cómo será nuestra vida. Hay gente que consigue hacer realidad sus sueños y otra que acaba abandonándolos por el camino, pero quien más quien menos siempre tiene un objetivo o una idea hacia la que dirigirse. De algún modo, los sueños y proyectos que empiezan en la infancia y se van desarrollando en la juventud son un cuadro que vamos pintando poco a poco, añadiendo y borrando cosas a medida que crecemos.

El hecho de encontrarte en medio de una crisis no es más que sentir que ya no queda nada por pintar. De golpe no sabemos hacia dónde ir. ¡Hemos dejado de tener proyectos, de soñar! Y cuando no tenemos ningún objetivo parece que nuestra vida ya no tiene sentido. Como he escrito en otros artículos, somos parte de la Mente Universal, de Dios, de la Fuerza Creadora, de Todo lo que Es, como quieras llamarlo, y lo que hace que hayamos sido creados “a su imagen y semejanza” es precisamente nuestra capacidad de crear, especialmente de crear nuestra propia vida. Y toda creación empieza en la mente, con una idea o una imagen…

Cuando dejamos de soñar, de tener un proyecto, de pronto nos sentimos perdidos y no le encontramos el sentido a nada. Por eso, si te hallas en una situación como esta, piensa que no todo se ha terminado, que no todo está hecho, que todavía puedes pintar el cuadro que desees.

Quizás ahora mismo no sabes qué quieres, no tienes nada claro, no encuentras la manera de ilusionarte por nada… Calma. Date un tiempo de descanso. No e exijas. En alguna parte de tu interior todavía hay cosas que te hacen vibrar. Intenta recordar si en tu infancia tenías algún sueño que finalmente no cumpliste. Busca aquellas cosas que antes te divertían, las que hacías como entretenimiento y de las que nunca te cansabas. Empieza a soñar de nuevo. Imagina qué deseo le pedirías al genio de la lámpara. En algún momento descubrirás algo que volverá a hacerte vibrar, y cuando lo descubras sabrás si debes hacer algún cambio en tu vida para encaminarla hacia esa dirección.

Es cierto que tras una crisis muchas personas se acaban separando de su pareja, trasladándose, haciendo un cambio radical en su trabajo o apartándose de un entorno al que estaban acostumbrados, pero no siempre son necesarios cambios tan grandes. También hay otras que, aun habiendo descubierto qué quieren, tienen tanto miedo a cambiar nada que no se atreven a dar el paso y deciden seguir como antes, resignadas… Sea como sea, recuerda que tú eres la única persona responsable de tu propia vida, y que hagas lo que hagas SIEMPRE estará bien.

Confía y, si puedes, no tengas miedo. Escucha a tu corazón; nunca se equivoca. Sólo nosotros, con todos los condicionamientos que nos vamos poniendo a lo largo de la vida, nos creamos los obstáculos para conseguir lo que deseamos. Nada de lo que hagas estará mal, porque estás aquí para experimentar y para conocer, y sólo nuestra parte humana clasifica las cosas entre “buenas” y “malas”, “correctas” e “incorrectas”… Nuestra verdadera esencia no nos juzga, no nos recrimina, no nos castiga. Tómate el tiempo que necesites sin angustiarte. Y, por encima de todo, recuerda: TIENES TODO EL DERECHO A SER FELIZ.

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