Sin duda vivimos tiempos
de revuelta. Clamamos por la libertad y nos rebelamos contra cualquier tipo de
opresión, de represión de derechos, de desigualdad... En todo el mundo se alzan
voces contra aquellos que desde el poder han utilizado hasta ahora el miedo y
la manipulación para acallarlas, al amparo de un sistema que protege
precisamente a aquellos que menos protección necesitan. Es un "basta
ya" global, un "basta ya" a cómo hemos vivido hasta ahora, un
"basta ya" a que las cosas sigan igual sencillamente porque siempre
han sido así, porque siempre se han hecho así.
Al mismo tiempo, sin
embargo, este clamor parece haber despertado una fuerza aún más radical, más
opresiva y limitadora, que quiere gritar aún más fuerte y hacerse oír como un
trueno que lo hace callar todo. Resulta difícil de creer que cuando parece que
el mundo está abriendo los ojos surjan estas fuerzas que no sólo quieren que
los volvamos a cerrar sino que si pudieran nos los sacarían, pero la verdad es
que al fin y al cabo todo se reduce a los efectos de una ley natural que opera
en todos los ámbitos, según la cual cualquier fuerza siempre lleva aparejada
una fuerza igual y contraria.
En cierto modo es lo
mismo que sucede con cualquier par de contrarios, que podríamos decir que se
necesitan el uno al otro para poder existir. El nacimiento de uno implica
inexorablemente el nacimiento del otro, y la existencia de cada uno de ellos va
ligada a la existencia del otro y depende totalmente de él.
Si no hubiera opresión no
conoceríamos la libertad y al revés, igual que si no existiera la noche no
conoceríamos el día o si no hubiera frío no conoceríamos el calor. Sonará
extraño y difícil de aceptar, pero podríamos decir que esta fuerza represiva
extrema que parece haber surgido de la nada tiene que agradecer su existencia a
su opuesta que clama por la libertad, y a la inversa... La una y la otra se
manifiestan con más energía que nunca, porque cuanto más empuje coge una, más
impulso coge también la otra.
Si te fijas, las épocas
más tranquilas, tanto a nivel personal como social, son aquellas en que las
cosas se mantienen en un cierto estado de "ni frío ni caliente"...
como si todas las fuerzas fueran menos intensas y se encontraran más cerca las
unas de las otras, de modo que existiera menos diferencia entre ellas.
El problema con los
contrarios, sin embargo, no es que existan, sino que se rechacen entre ellos en
lugar de respetar su existencia. Si te fijas, todas las discusiones e incluso
las guerras surgen por no respetar la existencia de la opinión contraria. Todos
queremos tener razón, todos creemos que nuestra opinión es la buena, y en
diferentes grados de intensidad todos luchamos, no para defenderla, sino para
imponerla al otro. Una opinión no necesita que la defendamos. Existe por sí
misma. Creemos que la debemos defender sólo porque alguien tiene la opinión
contraria y creemos que eso es una amenaza, pero si de entrada aceptáramos que
por el solo hecho de tenerla ya estamos dando lugar a su contraria y
aceptáramos que esto es un hecho que no podemos cambiar, quizás dejaríamos de
defenderla tan encarnizadamente.
Al final sólo se trata de
opiniones, de maneras de pensar. La política, la religión, la educación, los
gustos y las aversiones, cualquier creencia... Y el problema principal es que
creemos que forman parte de nosotros, que somos lo que creemos, que somos
nuestras opiniones, cuando al final ¡todas ellas son ideas que hemos ido
recogiendo desde que nacimos! ¡Y en muchos casos las hemos ido cambiando a lo
largo de la vida! Pero nos aferramos y las defendemos como si fueran nuestra
propia vida. ¿Cuántas vidas reales se han perdido por culpa de una opinión? ¡Dios
es una opinión, la política es una opinión, el valor del dinero es una opinión!
Todo el mundo es libre de
tener opiniones, pero no todo el mundo es libre de expresarlas... Y ¿cuántas
veces defendemos el derecho a expresarlas atacando las del otro? Un ejemplo muy
claro sucede cada vez que hay una huelga. Evidentemente se debe respetar el
derecho a la huelga, pero al mismo tiempo también se debe respetar el derecho a
no hacerla, y ¿cuántas veces se ha obligado a los comerciantes a cerrar sus
negocios? Sí, muy a menudo exigimos derechos coartando los de los demás... y
siempre tenemos razón.
Queremos cambiar el mundo...
otra vez. ¿Cuántas veces se ha querido cambiar y cuántas veces ha cambiado? Lo
único que estamos cambiando en el mundo es que lo estamos destruyendo. En
cuanto la humanidad, la humanidad no cambiará nunca si no cambia cada ser
humano. Juntos tenemos más fuerza y gritamos más fuerte... Sí, quizá sí, pero
también hacemos mucho más daño cuando lo hacemos. Tenemos que aprender a
reaccionar antes de que llegue la necesidad de gritar, porque los gritos son el
resultado de mucha represión, de mucha rabia acumulada. Cada uno, en cada
relación, en cada familia. ¿Cómo queremos un mundo mejor si somos incapaces de
respetar a aquellos que decimos amar? No podemos esperar que la humanidad
cambie, que la sociedad cambie, sin que cambiemos cada uno de los individuos
que las formamos.
Gritemos libertad, tan
alto y fuerte como queramos, pero reconociendo y aceptando que cada grito nos devolverá
un eco, que será como mínimo igual de intenso. Gritemos libertad, pero empecemos
por buscarla en nosotros mismos; libertad de todo aquello que nos mantiene
esclavos de la idea de quiénes somos y que nos reprime y nos limita aún más de
lo que lo pueda hacer nadie desde el exterior. Sólo cuando dejamos de dar tanta
importancia a lo que pensamos, cuando dejamos de creer que lo tenemos que
defender como sea porque eso es lo que somos, dejaremos de vivir en el
enfrentamiento constante y podremos, por fin, ser realmente libres.
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