La media naranja


Cuando mis hijas volvieron de pasar las vacaciones con su padre, la mayor me dijo: “Ostras mamá, ya estoy harta; cada vez que vamos al pueblo toda la familia de papá nos dice lo mismo: ‘¡Uy, qué mayores que estáis! ¡Ya debéis tener novio!’”… Ahora ella tiene trece años y esto ya hace algunos veranos que pasa. Parece que las cosas no han cambiado mucho desde que yo tenía su edad. Recuerdo que estaba acomplejada porque mientras la mayoría de mis amigas ya habían empezado a salir con chicos yo no lo hice ¡hasta los quince años! Y ahora que lo veo con perspectiva, ¡qué joven era! ¿Qué prisa había? ¿Qué prisa tenía todo el mundo?

Por un lado la familia y los conocidos, pero por otro también las películas, la publicidad e incluso algunos dibujos animados (por no hablar de los cuentos de princesas y príncipes azules) nos programan para que crezcamos pensando que “lo normal” es tener pareja y que si no la encontramos es porque hay algo en nosotros/as que no funciona. Nos hacen creer que en algún lugar existe nuestro/a compañero/a ideal y que tenemos que encontrarlo/a para ser felices y comer perdices… Y así empezamos desde bien jóvenes a buscar a nuestra “media naranja”, a aquella persona que nos complementará y nos dará todo aquello que nos falta, que nos cuidará y nos amará para siempre.

¡Pero qué desengaño cuando empiezan los fracasos! “Pues no debía ser este/a; tendré que seguir buscando”. Y experiencia tras experiencia nos damos cuenta de que quizás esta media naranja no existe, porque tanto si seguimos con la misma pareja como si tenemos varias descubrimos que las relaciones no son lo que nos habían “vendido”; que después del enamoramiento inicial no siempre es todo un camino de rosas y que parece que eso de la “media naranja” no existe.

Es cierto. Las medias naranjas no existen, ¿o quizás has visto alguna colgando en un naranjo? ¡Sólo hay naranjas enteras! Todos somos naranjas enteras desde que nacemos, pero la sociedad, la familia, los medios, etc. nos hacen creer que nos falta la otra mitad y no dejan de hacernos llegar mensajes que nos acabamos creyendo hasta el punto de que si no la encontramos somos unos bichos raros, cosa que inevitablemente nos genera pensamientos del tipo: “no soy lo suficientemente bueno/a”, “no sé mantener una relación” o “no me entiendo con nadie”, etc. O peor aún, acabamos manteniendo relaciones que no funcionan por miedo a no encontrar a otra persona que nos quiera, las cuales en el peor de los casos pueden llegar a ser tan adictivas que llevan a extremos destructivos, como en los casos de maltrato en los que se necesita la compañía de la otra persona a pesar de todo. Y ¿qué ocurre cuando las parejas se rompen o uno de los dos muere? Si creíamos que éramos dos medias naranjas unidas sin duda nos quedamos literalmente “rotos” por la mitad…

Con el corazón en la mano puedo decirte que con el paso de los años y dos matrimonios he aprendido una cosa: la verdadera “media naranja”, la pareja “ideal” es aquella que tiene la llave para abrir tu baúl del tesoro. Es la que te ayuda a descubrir, precisamente, que tú eres una naranja entera. Es la que te hace sacar lo mejor y lo peor de ti mismo/a hasta el punto en que ya no queda nada escondido. Es la que hace que salgan a la luz todos los rasgos que ya tenías pero creías que te faltaban y habías encontrado en ella. Es la que hace que conozcas todos los rincones de tu alma y que te des cuenta de quién eres verdaderamente: un todo, un conjunto de características y posibilidades que a veces te parecen mejores o peores, pero que al final acabas aceptando porque aprendes que eres un ser humano y que tu humanidad imperfecta es, al fin y al cabo, lo que te hace perfecto/a. Pero en realidad la pareja ideal que buscamos ¡somos nosotros/as mismos/as! ¡Lo que estamos buscando en realidad es nuestra propia totalidad! Y cuando finalmente, después de los fracasos, las lágrimas y el dolor, descubrimos que todo lo que buscábamos estaba en nuestro interior es cuando verdaderamente podemos tener relaciones plenas y satisfactorias. Es entonces cuando ya no  necesitamos una pareja para que nos complemente sino que estamos con ella porque deseamos compartir realmente nuestra vida, cosa que, por mucho que se diga, no podemos hacer mientras consideramos que somos dos mitades…

Me separé de mi primer marido porque, después de veintidós años (¡diez de novios! y doce de casados) creía que me faltaba algo que con él no conseguía, y al cabo de poco me volví a casar, pensando que por fin había encontrado a mi alma gemela. Esta última relación ha sido la más difícil que nunca hubiera podido imaginar, con experiencias tan duras que sólo creía que sucedían en las películas. Cuando miro hacia atrás apenas recuerdo buenos momentos a parte de los primeros tiempos de enamoramiento… Pero ahora sé que, a pesar de todo, él tenía la llave y que, inconscientemente, abrió mi baúl y me ha hecho el mejor regalo que nadie podía hacerme: me ha situado en el camino que me ha llevado a descubrirme a mí misma, a conocerme hasta el punto de tener que aceptar cosas que nunca hubiera creído que podía hacer, pensar o sentir, pero al mismo tiempo me ha hecho descubrir que la fuerza, el coraje, la capacidad y el amor estaban en mi interior. Ahora finalmente puedo perdonar y perdonarme, agradecer las dudas y el dolor, y saber con certeza que no cometí un error… Y yo también tenía su llave.

Con mi anterior marido mantengo una muy buena relación. Muchas veces me he preguntado cómo serían las cosas ahora con él, ahora que ya no le necesito y que comprendo que no era él el responsable de mi felicidad. Fueron buenos tiempos, pero estaba demasiado ocupada intentando llenar el vacío que sentía, un vacío que, en el fondo, ya estaba lleno; sólo tenía que descubrir que yo misma era y tenía todo lo que esperaba que él me diera.  

A pesar de todo, ahora puedo decir que todo ha valido la pena. Sé que se acerca el final de mi relación actual, pues un cáncer intratable y de los más raros está destruyendo poco a poco el cuerpo físico de mi marido. Ambos sabemos que lo hemos hecho lo mejor que hemos podido, que cada uno ha abierto el baúl del otro y que si las cosas ahora están como están es porque debe ser así. Aceptamos que no sabemos más y que nuestra humanidad limitada no nos permite cambiar las cosas, por mucho que conocemos todas las teorías y explicaciones sobre las enfermedades habidas y por haber. Sabemos que las cosas no terminan aquí y sólo esperamos haber cumplido el trabajo que debíamos hacer juntos… El corazón me dice que sí. 

Y aunque ya lo he hecho con ambos más de una vez, aprovecho ahora de nuevo para dar las gracias a mis dos maridos. Al primero, por no darme lo que yo tenía que darme a mí misma, y al segundo por ponerme en situaciones que han hecho que descubriera que el vacío ya estaba lleno. Gracias a los dos por los buenos y malos momentos, porque tanto unos como los otros me han ayudado a crecer y a conocer quién soy y cómo soy en realidad.

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