La voz de los demás


¿Alguna vez has decidido hacer o no hacer una cosa y has cambiado de opinión sólo por lo que te ha dicho alguien, cargado de buenas intenciones?

Tomar decisiones no es fácil, sobre todo cuando se trata de temas que afectan directamente nuestra forma de vivir, como un cambio de trabajo, una separación, un traslado… Desde el momento en que nos planteamos la posibilidad de cambiar algo hasta que finalmente decidimos dar el paso, pasamos días, semanas o incluso meses difíciles, en los cuales desearíamos que alguien tomara la decisión por nosotros.

Aunque al final consigamos tener las ideas claras, siempre hay el momento en que dudamos de si nuestra decisión es acertada o no, y el miedo a equivocarnos amenaza con tirar por tierra todo el esfuerzo que hemos hecho para decidirnos.
 
Tener miedo es humano. Quizás en los momentos en que nos sentimos profundamente conectados con el Universo y somos plenamente conscientes de que ninguna decisión es errónea, de que todo es aprendizaje y de que nada ni nadie puede hacernos daño, conseguimos sentirnos completamente libres y seguros. Pero el día a día hace que cuando nos encontramos ante ciertas situaciones no seamos capaces de mantener esa certeza y nos dejemos llevar por esa emoción tan destructora.

El problema no es tener miedo, sino que el miedo nos paralice. No atrevernos a dar un paso porque tenemos miedo hace que limitemos mucho nuestras posibilidades de expansión. Dejamos de vivir experiencias que sin duda nos harían crecer y nos aportarían algún aprendizaje. Por eso, lo importante es que consigamos dar ese paso aun sintiendo miedo, porque ésta es la única forma que tenemos de superarlo.

Pero, ¿qué ocurre cuando, después de afrontar nuestro miedo conseguimos dar ese paso? Pues que aparece alguien que, preocupado por nuestra “inconsciencia” ante lo que vamos a hacer, decide ayudarnos poniéndonos delante todos los problemas, inconvenientes e inseguridades que nos esperan inexorablemente si seguimos adelante.

¡Y ala, después de todo lo que nos ha costado decidirnos y coger la fuerza necesaria para no dejarnos llevar por el miedo, nos vemos bombardeados por todos los posibles obstáculos que tanto nos ha costado quitarnos de la cabeza!
Normalmente, si nuestra voluntad de cambiar es lo suficientemente fuerte, nos mantenemos firmes a pesar de la oposición manifiesta de familia, amigos, compañeros, etc., que se empeñan en decirnos que nos estamos equivocando, aunque cuesta…

O quizás, después de todo, no lo teníamos tan claro… y acabamos haciendo caso de lo que nos dicen y nos echamos para atrás. “Es que si no le hago caso y me sale mal voy a tener que oírselo para siempre”, “Es que quizás tiene razón…”, “Es que estará sufriendo por mí”, “Es que me conoce muy bien y sabe qué es lo mejor para mí”, etc., etc.

Y así cerramos una puerta que acabábamos de abrir, sin ni siquiera haber tenido la oportunidad de echar un vistazo a dónde llevaba.

Pero, ¿qué ocurre luego? Eso que queríamos hacer, nuestro deseo, sigue ahí, porque no podemos eliminarlo, y de una forma u otra, haberlo ignorado nos pasa factura. No sabemos cómo retomar nuestra vida, que ya no puede ser la misma que antes, porque hay algo que nos llama. Y entonces, consciente o inconscientemente, culpamos al otro por “habernos hecho” tomar la decisión que ya no nos parece tan acertada.

O a lo mejor, con “suerte”, conseguimos reprimirlo, pero a la corta o a la larga, esta represión se acabará manifestando, de un modo u otro, en lo que sentimos o, incluso, en nuestra salud.

En el fondo, no obstante, no nos damos cuenta de que, en realidad, a quien hemos hecho caso no es al otro ¡sino a nosotros mismos! Los obstáculos, los problemas y los inconvenientes que nos ha puesto delante ¡no eran más que el reflejo de nuestras propias dudas! ¡No es su miedo lo que nos ha hecho echarnos atrás, sino el nuestro! Sólo nos ha servido de espejo. Nos ha mostrado nuestra propia imagen, la imagen de nuestras dudas.

Todo lo que nos rodea es un reflejo de nosotros mismos, y si somos lo suficientemente honestos, seremos capaces de reconocer que lo que los demás dicen a favor o en contra de la decisión que hemos tomado, no es más que todo lo que nosotros mismos nos decimos. Pero resulta más fácil responsabilizar a los demás de nuestros errores que a nosotros mismos. En lugar de reconocer que nuestras dudas y miedos han podido más que nosotros, nos libramos de este peso diciendo que no seguimos adelante por lo que alguien nos dijo…

Por eso, cuando nos encontramos en un momento en que debemos tomar una decisión y vemos como todo el mundo parece ponerse de acuerdo para mostrarnos que estamos equivocados, es el momento de pararnos a reflexionar. ¿Estamos completamente seguros de que eso es verdaderamente lo que queremos? ¿Somos capaces de vencer nuestras dudas y seguir adelante? Si finalmente no nos sentimos lo suficientemente fuertes, no pasa nada… quizás no es el momento. Pero si de verdad sentimos que eso es lo que deseamos y tenemos el valor de ir a su encuentro, aun siendo conscientes de los obstáculos que podemos encontrar, seremos capaces de seguir adelante, sabiendo que somos nosotros quienes debemos decidir sobre nuestra vida.

Y si nos sentimos seguros, por difícil que sea el camino, no habrá nada que nos impida conseguir lo que queríamos. Somos como centrales emisoras de radio, que emitimos señales constantemente, según nuestros pensamientos y emociones. Si emitimos los sonidos adecuados, estos resonarán en el Universo y acabaremos recibiendo, de vuelta, la canción que tanto deseábamos oír. 


“La escuela de hadas” es el primer cuento de La pequeña hada Celeste que escribí. En él hablo precisamente de qué ocurre cuando hacemos caso de los demás y no escuchamos nuestra “vocecita”. Es normal que los padres queramos proteger a nuestros hijos de cualquier mal, y que deseemos que tomen las decisiones adecuadas, pero cuando les “avisamos” de todos los obstáculos y problemas que les impedirán realizar lo que desean, no nos damos cuenta de que estamos proyectando en ellos nuestros propios miedos e inseguridades.
Y así, les enseñamos que sus decisiones son erróneas, que no pueden saber qué es bueno para ellos, y les estamos quitando, sin darnos cuenta, su poder y su capacidad de crear su propia vida.

Evidentemente, esto no significa que debamos fomentar que tengan conductas que pongan en peligro su vida, sino que les concedamos un margen que permita que, si es necesario, sean ellos quienes se equivoquen, ya que así aprenderán a ser conscientes de su responsabilidad cada vez que toman una decisión.

“Tú también tienes una vocecita que te acompaña”, les digo en el cuento, “que te dice qué debes hacer y te da soluciones a tus problemas”. Si desde pequeños aprenden a escucharla, en lugar de escuchar sólo la voz de los demás, conseguirán hacer realidad todo lo que deseen; y si, por algún motivo se dan cuenta de que eso no era lo que querían, la experiencia les aportará un conocimiento que, de otro modo, no hubiera estado a su alcance.


Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada